miércoles, 11 de marzo de 2009

BYE, DADDY.


No sé a vosotros dónde os nace la memoria, si, a veces, como yo, intentáis buscar muy atrás en la mente el recuerdo más lejano. Mis recuerdos están hechos de luz, no de colores, de sol en un camino de piedras que baja hasta la playa. No sé muy bien dónde estoy, pero recuerdo un calor tórrido de agosto, el pinchar de piedrecitas dentro de las sandalias, el brillo cegador de la luz, no hay colores. Y, en medio de todo, un denso olor a tabaco negro.

Mi niñez no fue perfecta, de esas de teleserie americana, pero tampoco fue ni mucho menos triste. Quizá fue más profunda, menos niñez que otras, porque recuerdo sentimientos que no debí tener, recuerdo culpas, lástimas, impotencias agrandadas por la edad temprana que, sin embargo, al crecer, no se hicieron más pequeñas. Pero tuve también regalos increíbles, tuve mucha gente que me quiso como una heredera de cuento, que me acogió al nacer como un juguete nuevo, porque fui la primera, la única, hasta que pasaron años y ya no me importó abdicar o ser destronada. A pesar de eso, también recibí el regalo del orden, de lo justo, nada de “lo que quieras cuando quieras”, aprendí muy pronto a merecer lo que me daban, y a no quejarme si no lo merecía.

Después crecí, algunos dicen que con la candidez intacta, porque fui fiel a las ideas más hidalgas, más peregrinas, y sigo siéndolo; porque rechazo lo que creo injusto, lo malvado, aunque sea lo normal, aunque me digan que ya cambiaré de opinión, aunque algunos sonrían superiores ante mis principios de parvulario. Serán los libros. Desde los tres años me gusta leer, es más, me obsesiona, me tiraniza, como una droga deliciosa y devastadora, me entretiene durante horas, noches enteras si se trata de un buen libro. Adictivo, sí, inofensivo por una vez. Pero quizá sea esa afición por las vidas de otros lo que me hace adoptar ideas de opereta, la defensa del débil, la unión de los pueblos, el respeto por lo distinto, la curiosidad por lo lejano.

Soy sociable. Crecí rodeada de adultos que no me permitían niñerías ni enfurruñamientos, que me hablaban como una más, que se reían con cariño cuando me comportaba conforme a mi edad, empujándome a aprender palabras sentada en un portal, con el orgullo herido y la fe intacta. Por eso aprendí pronto a casi todo, y mi afán de aprendizaje aún vive después de tantos años.

¿A qué viene esto? Diréis.

Hace unos días murió mi padre.

Apenas tenía nada, vivía la vida tranquilo, con su whisky, su prensa, su total inadaptación a la vida moderna -nada de tele, internet o teléfonos con gps -. Era un padre al que no se le regalaban corbatas, ni móviles, ni se le llevaba a comer los domingos después de misa. Pero me recortaba las viñetas de Forges de El País, me guardaba artículos que podrían gustarme y me presentaba por su nombre a las bibliotecarias de su barrio. Le gustaban las historias de los viejos, los chistes malísimos, las cosas antiguas y las palabras sonoras. Era capaz de emocionarse con una idea bonita, con una canción, pero vivía totalmente ajeno a las modas, a lo nuevo, a lo que tocaba porque sí, jamás supo lo que era Gran Hermano, más allá de la dictadura de Orwell y nada de lo que dejó de vivir echó de menos.

Tengo que ir a su casa, a por sus cosas, y me da miedo. ¿Estarán allí todos los regalos, las manualidades que una vez le regalé por el día del Padre? ¿Estarán sus recortes, sus papeles antiguos, el último libro que le presté (“Invierno en Madrid”)?

No tengo herencias millonarias, ni propiedades, ni obras de arte, nada. Lo que me dejó fue más valioso que todo eso. Me dejó el haber vivido toda mi vida con un amigo como padre; me dejó los recortes de Forges, el olor a tabaco negro de mi primer recuerdo, los artículos interesantes, mi primera película en el cine. Me dejó el amor por la letra impresa, la avidez de saber, el orgullo de la inteligencia, la sociabilidad y esas ideas de caballero andante pasadas de moda en las que aún creo. Me dejó el sentido del humor como escudo ante lo feo de la vida y las lágrimas ante lo bello. Me dio las alas para aspirar a todo y conformarme con lo que haya.

Me dio la vida, ¿qué más puedo decir?

Hasta luego, papá, espero que donde estés tengas lo que necesites para ser feliz. Y, la próxima vez, no te vayas sin despedirte.

2 comentarios:

  1. Crecer no son los años que llevas viviendo, sino todas las experiencias que viviste y te hacen seguir viviendo...cada etapa es diferente,cada sueño que cumples te hace mas grande, cada persona que hay o hubo en tu vida te llena el corazón...todo eso querida amiga eres tu y siempre lo llevarás contigo. Siempre me dejas impresionada...y sensibilizada. Sabes que eres especial. Un besazo!

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  2. Me alegra ver que vuelves por aqui y con un texto que transmite mucho, no tuve el gusto de conocer a tu padre pero dada su importancia para que tú nacieras, solo puedo decir gracias caballero.

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